Se trata del discrecional Banco de Semillas que ya tiene forma en una Isla de Noruega (Svalbard), al que le atribuyen ser el gran bastión de alimentos ante un inminente “fin de mundo” de la mano de las grandes coorporaciones de alimentos transgénicos del planeta y la Fundación Bill y Melinda Gates, las cuales financian el proyecto con cuantiosas inversiones.
"Controla el petróleo y controlarás naciones; controla los alimentos y controlarás pueblos"
Henry Kissinger
Y es que este proyecto ha calado precisamente porque se esconde bajo un manto de filantropía mesiánica que en apariencia no tienen otro interés que salvar vidas cuando la comida sea el recurso más preciado sobre la tierra y la vida de sus habitantes dependa exclusivamente de ello... Mucho de esto hay, pero de filantropía y altruismo puro, poco. Nuestra suspicacia viene dada en primera lectura basada en los actores que están detrás de todo esto, que para decirlo con una famosa frase metafórica, se trata de “zamuros cuidando carne”, o más actual: “reptilianos/draconianos cuidando niños”.
Luego, metidos más de lleno en la investigación realizada, sabemos que estamos decodificando una agenda bastante maquiavélica donde los protagonistas del llamado “fin de mundo”, se encargarán de tener el control de lo que puede ser un arma muy letal y de alcance bastante masivo: el hambre. En las líneas sucesivas vamos a demostrar que estar al frente de un emprendimiento como este va más allá del simple hecho de almacenar semillas, o modificarlas, o hasta crearlas; ya que a la ingeniería genética que ya se le ha aplicado a las semillas (las OMG) ahora se le unirá la nano tecnología y la Inteligencia Artificial a favor de una agenda “eugenesista” de pronóstico reservado.
Antes de continuar, una aclaratoria para los que no saben qué es esto de la “eugenesia”: La etimología del término eugenesia hace referencia al “buen nacimiento”. Se trata de la disciplina que busca aplicar las leyes biológicas de la herencia para perfeccionar la especie humana. Esta ciencia tiene como fin eliminar a todos los seres vivos cuya genética sea defectuosa o incorrecta. Y para meter el término un poco más en contexto podemos recordar que uno de los grandes eugenesistas de la historia fue Adolf Hitler, con su afán de potenciar en Europa la raza “aria”.
Volviendo al tema, fue justamente en el marco de la traumática Segunda Guerra Mundial, cuando se empiezan a tejer los hilos para el control de la alimentación en el mundo. Uno de los más importantes socios de “La Corporación” (EEUU), la Fundación Rockefeller encargó al agrónomo Norman E. Borlaug a que experimentara con las semillas para hacer cultivos más “eficientes”. Se trataba de semillas que iban a ser modificadas genéticamente (MG), basado en los experimentos de los ingenieros genéticos del "Tercer Reich", que terminaron trabajando con el gobierno de Estados Unidos. Claro, como se trataba de una “experimentación” no podía hacerse en el propio territorio norteamericano. Pero menos mal que existía el patio trasero.
Luego, metidos más de lleno en la investigación realizada, sabemos que estamos decodificando una agenda bastante maquiavélica donde los protagonistas del llamado “fin de mundo”, se encargarán de tener el control de lo que puede ser un arma muy letal y de alcance bastante masivo: el hambre. En las líneas sucesivas vamos a demostrar que estar al frente de un emprendimiento como este va más allá del simple hecho de almacenar semillas, o modificarlas, o hasta crearlas; ya que a la ingeniería genética que ya se le ha aplicado a las semillas (las OMG) ahora se le unirá la nano tecnología y la Inteligencia Artificial a favor de una agenda “eugenesista” de pronóstico reservado.
Antes de continuar, una aclaratoria para los que no saben qué es esto de la “eugenesia”: La etimología del término eugenesia hace referencia al “buen nacimiento”. Se trata de la disciplina que busca aplicar las leyes biológicas de la herencia para perfeccionar la especie humana. Esta ciencia tiene como fin eliminar a todos los seres vivos cuya genética sea defectuosa o incorrecta. Y para meter el término un poco más en contexto podemos recordar que uno de los grandes eugenesistas de la historia fue Adolf Hitler, con su afán de potenciar en Europa la raza “aria”.
Volviendo al tema, fue justamente en el marco de la traumática Segunda Guerra Mundial, cuando se empiezan a tejer los hilos para el control de la alimentación en el mundo. Uno de los más importantes socios de “La Corporación” (EEUU), la Fundación Rockefeller encargó al agrónomo Norman E. Borlaug a que experimentara con las semillas para hacer cultivos más “eficientes”. Se trataba de semillas que iban a ser modificadas genéticamente (MG), basado en los experimentos de los ingenieros genéticos del "Tercer Reich", que terminaron trabajando con el gobierno de Estados Unidos. Claro, como se trataba de una “experimentación” no podía hacerse en el propio territorio norteamericano. Pero menos mal que existía el patio trasero.
Borlaug se instaló en Sonora, México, en 1943. Fue así cómo la Oficina de Estudios Especiales en México se convirtió en una institución informal de investigación internacional en 1959, y en 1963 y se convirtió formalmente en el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT).
En 1961 la India estaba en el borde de la hambruna masiva. Borlaug fue invitado a ese país por el asesor del ministro de la India de la agricultura M. S. Swaminathan. A pesar de los obstáculos burocráticos impuestos por los monopolios de granos de la India, la Fundación Ford, otro socio de “La Corporación” y el Gobierno de la India colaboraron para la importación de semillas de trigo del CIMMYT. La región de Panyab fue seleccionada para evaluar los nuevos cultivos por disponer de un suministro de agua confiable y un largo historial de éxito agrícola. India comenzó su propio programa de la revolución verde en la mejora vegetal, el desarrollo del riego, y la financiación de los productos agroquímicos. Posteriormente lo que parecía una luna de miel se convertiría en una pesadilla.
“Se dice que la revolución verde empezó en Punjab, pero no fue una revolución, lo que se hizo fue introducir productos químicos en la agricultura por una imposición de los Estados Unidos y el Banco Mundial. Sí, el presidente Johnson, la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford forzaron a la India para que aceptase la introducción de químicos cuando el país era próspero” afirma la activista Vandana Shiva en la entrevista que le hace la periodista Beatriz García, en theobjective.com.
“Entonces me empecé a preguntar qué era lo que había pasado -continúa-, por qué la gente estaba en contra. Los agricultores me dijeron en una reunión: “Si no podemos decidir qué cultivamos –porque les forzaban a cultivar arroz y trigo-, ni tampoco cómo lo hacemos y nos obligan a utilizar químicos, si ni siquiera podemos decidir el precio de venta, estamos en un modelo de esclavos”.
En su libro “Quien alimenta realmente al mundo” Shiva recuerda que “Punjab, la capital de la 'Revolución Verde' recibía los 80 con 30 mil asesinatos. Bhopal hizo lo que faltaba: el escape de isocianato de metilo de una fábrica de plaguicidas norteamericana -Unión Caribe, luego adquirida por Dow Chemical- en la que al menos 20 mil personas murieron, 600 mil quedaron intoxicadas y un territorio importante quedó desvastado e inhabitable mostró que se trataba de un modelo productivo basado en la guerra”. Luego aclara: “Los fertilizantes químicos siguen los mismos procesos y se hacen en las mismas fábricas que hicieron explosivos y municiones en la Alemania de Hitler. Los pesticidas están derivados del Zyklon B, con el que se gaseó a la gente en los campos de concentración. Los herbicidas, como el agente naranja, fueron parte de la guerra de Vietnam”.
Consolidando el plan
Para los años 70 los “amos del mundo” proponen la creación del Grupo Consultivo Global sobre la Investigación Internacional de la Agricultura (CGIAR). Su génesis se dió en una serie de conferencias privadas realizadas en el centro de conferencias de la Fundación Rockefeller en Bellagio, Italia. Se sabe que los principales participantes en las conversaciones de Bellagio fueron George Harrar de la Fundación Rockefeller, Forrest Hill de la Fundación Ford, Robert McNamara del Banco Mundial y Maurice Strong, el organizador medioambiental internacional de la familia Rockefeller quien, como fideicomisario de la Fundación Rockefeller, organizó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano en Estocolmo en 1972.
Para asegurar el máximo impacto, el CGIAR incorporó a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Programa de Desarrollo de la ONU y el Banco Mundial. Por lo tanto, a través de un apalancamiento cuidadosamente planificado de sus fondos iniciales, la Fundación Rockefeller estuvo en condiciones a comienzos de los años setenta de conformar la política agrícola global.
Financiado por generosas becas de estudio de Rockefeller y de la Fundación Ford, CGIAR aseguró que destacados científicos agrícolas y agrónomos del “tercer mundo” fueran llevados a EE.UU. para dominar los conceptos de la producción “de la producción del agronegocio moderno”, a fin de llevarlos de vuelta a sus patrias. Al hacerlo crearon una invaluable red de influencia para la promoción del agronegocio de EE.UU. en esos países, especialmente la promoción de la “revolución genética” basada en los famosos Organismos Modificados Genéticamente (OMG). Los estragos de esta invención “contranatura” están magistralmente recogidos en el libro del investigador y escritor norteamericano, F. William Engdahl: "Seeds of Destruction: Hidden Agenda of Genetic Manipulation".
Parte de su escrito dice que a comienzos de los 80 “los globalizadores iluminados llegaron a la conclusión que el control de la alimentación habría que comenzarlo desde las semillas, reduciendo las variedades regionales y nacionales tradicionales para crear simultáneamente una o varias variantes de semillas para cada cultivo universal pero controladas por un reducido número de las transnacionales”.
Según Engdahl, desde 1991 antes que la Modificación Genética (GM) fuera aceptada en los Estados Unidos, Argentina -nuevamente el patio trasero- se convirtió en un laboratorio secreto para el desarrollo de los cultivos genéticamente modificados y su población fue utilizada sin su conocimiento como "conejillos de Indias". “Las corporaciones Monsanto, Cargill Inc., DuPont decidieron transformar la agricultura argentina haciendo énfasis en la soja, para esto inventaron el pretexto de que el sistema de monocultura agrícola y dijeron que aportaría grandes dividendos al país por la exportación de soja, lo que facilitaría el pago de la deuda externa de Argentina que estaba ya en el límite impagable”, detalla.
El estudioso afirma que “en realidad, como quedó claro años más tarde, la 'Revolución Verde' fue un brillante ardid de la familia Rockefeller para desarrollar un agronegocio globalizado que luego podría monopolizar igual como lo había hecho medio siglo antes con la industria petrolera mundial. Como declarara Henry Kissinger en los años setenta: Si se controla el petróleo, se controla el país; si se controlan los alimentos, se controla a la población”.
Más abominable imposible
Para entrar en este tema vamos a recrear un poco una de las películas de ciencia ficción más violentas de los 80: Terminator, donde el famoso Arnold Schwarzenegger, un cyborg del futuro viaja al pasado para matar a una persona pero termina matando a medio mundo y sembrando el caos en la ciudad.
Pues resulta que existe una tecnología que se aplica a la agricultura que tiene esta denominación, de hecho les llaman las semillas “terminator. De esta forma pueden imaginarse ya los efectos devastadores que tiene. Del libro “Semillas de Destrucción” pudimos conocer que fue patentada en el año 1995, en Estados Unidos y extendida después a otros países, por de las transnacionales “transgénicas”, con el aval del del Departamento de Agricultura del gobierno norteamericano.
En el 2006 Silvia Ribeiro, especialista brasilera en temas de biotecnología, lideraba la campaña “Terminar con Terminator” que para la fecha reunía a mas de 500 organizaciones y movimientos de todo el mundo y consistía en denunciar las pretensiones de las grandes empresas del agronegocio y la ingeniería genética de imponer la tecnología transgénica consiste en producir a gran escala semillas estériles, que no se pueden replicar. “La tecnología Terminator no solo produce semillas suicidas, sino que también son homicidas, tanto de los otros cultivos que están alrededor de donde son plantadas, como de los campesinos que se quedan sin semillas para vivir. Directamente son semillas asesinas” aseguró Ribeiro en un reportaje de viacampesina.org.
La tecnología, cuya patente ahora está en manos de Monsanto (ahora Bayer), está basada en una combinación de genes introducidos mediante ingeniería genética en las plantas que conducen a que las semillas de siembra adquirida por el agricultor, tratada con un agente químico que hace que dichos genes se activen en su momento, produce una planta completamente normal, con una producción de semillas también normal, pero estériles, de manera que no germinan si el agricultor intenta sembrarlas en la campaña siguiente. La intención clara es obligar a los agricultores a comprar las semillas siempre. El negocio del hambre o el hambre como negocio.
En este sentido la experta comenta que en Brasil, que es uno de los países que produce más soja del mundo, el 87 por ciento de los productores no compra semillas, sino que guardan sus propias semillas. “Si la tuvieran que comprar eso equivaldría automáticamente en 550 millones de dólareas anualmente de ganancia para las empresas que las venden”.
Por su parte Vandana Shiva enfatiza que en la India tienen magníficos cultivos, como el de la caña de azúcar. “Pero lo que nos dan en los productos es sirope de maíz con alta fructosa, que es una molécula sintética que afecta al hígado. Hay niños pequeños con cirrosis, porque eso se añade a todo y es adictivo. Se encuentra en todos los refrescos y productos industriales. Maíz y soja transgénicos están en todos los productos que compras en el supermercado. Las corporaciones obtienen grandes beneficios mintiéndonos, y si se dan cuenta de que la gente come alimentos producidos a nivel local por pequeños agricultores, lucharán contra ello”, como en efecto lo han hecho con el poder político y económico como brazos armados.
De los transgénicos, el Observatorio Medioambiental anotaba en un informe del 2017 que según el Servicio Internacional de Adquisición de Aplicaciones de Agrobiotecnología (ISAAA), desde 1996 se han sembrado dos mil millones de hectáreas con cultivo transgénicos en todo el mundo . “En una publicación anterior (ISAA 2015) se cita que Estados Unidos, con 73,1 millones de hectáreas, ocupa el primer lugar en el ranking de cultivos transgénicos”.
Para el país del norte la hegemonía que pueda ejercer en materia alimenticia tanto a nivel local como externo, principalmente por las ganancias que le retribuye, llega al punto de saltarse cualquier observación científica, técnica e incluso jurídica. Es el caso del famoso principio de equivalencia sustancial sobre el que se basaron para permitir que los transgénicos estuvieran blindados en ese país. Significaba que las normas que regirían para estos alimentos de “laboratorio” serían las misma que los provenientes de la propia naturaleza.
En el 2017 el Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS) de España realizó una respuesta técnica al Informe Conjunto de la FAO/OMS sobre Biotecnología y Seguridad de los Alimentos que hablaba sobre el particular concluyendo que el principio de equivalencia sustancial es arbitrario. “El Informe presenta una evaluación de seguridad basada en un 'principio de equivalencia sustancial' arbitrario y acientífico, que en la práctica permitirá a los productores introducir todos y cada uno de los productos impunemente y con muy poca o nula preocupación por los aspectos de seguridad”, enfatizaron. Agregaron que excluye deliberadamente del análisis de seguridad riesgos conocidos e ignora la evidencia científica existente que apunta a determinados peligros.Fueron claros al decir que se trata de un claro ejemplo de “no es necesario, no mire, no vea, que da carta blanca a los productores para hacer lo que les plazca, y que sirve para quitar importancia y acallar los legítimos temores y la oposición de la población”.
La AI controlará todo
Debo confesar que cuando se habla de Inteligencia Artificial (AI) me entran tantas dudas como negaciones, primero porque es la principal amenaza de reducción de puestos de trabajo en el mundo; y por otro lado, quizá más alentado por la ciencia ficción, no dejo de pensar en el thriller de James Cameron que deja claro que los robots se terminan apodarando del planeta.
También tengo claro que en la medida que la humanidad vaya legando a la AI su capacidad de discernir, razonar, innovar, crear, analizar y tomar decisiones; vamos a ir perdiendo la verdadera esencia de lo que somos y pasaremos lamentablemente a ser un estorbo más, hasta llegar a degradarnos a “desechos”.
Claro quien no va a querer contar con una tecnología que permita el manejo masivo de datos que se pueden generar en un laboratorio, por ejemplo, para acceder al mapa digital de un cereal etíope conservado genéticamente en Braunschweig (Alemania), desde una nube en Islandia, mediante un teclado en Ludwigshafen, donde se “edita” una secuencia de genes para construir remolachas tolerantes a la sequía para refinerías alemanas.
El documento “La Insostenible Agricultura 4.0” evalúa muy bien las amenazas de esta automatización que al parecer es indetenible y que en definitiva va a terminar beneficiando a pocos en detrimento de muchos. Es el caso de Microsoft (cuyo fundador Bill Gates es un amante del monopolio), que en el 2019 presentó en México el software “Farmbeats”, basado en un sistema de monitoreo permanente de la condición de suelos, datos climáticos, humedad y agua, estado de los cultivos, de tal manera que registra si necesitan riego, si hay enfermedades, plagas u otras deficiencias. A esto se le puede sumar los datos del tiempo, como son la dirección del viento, lluvias, niveles de humedad y más. La empresa promotora de la AI avisa desde la nube , cuándo y dónde sembrar, aplicar riego, fertilizantes o agrotóxicos, cuando cosechar o cuánto esperar, entre muchas otras directrices.
De la lectura se extrae que la “agricultura digital” conlleva también la adquisición de datos sobre los territorios, tierras, biodiversidad, aguas, recursos, que pasan a estar en manos de las trasnacionales que controlan las nubes de Big Data. “De tal forma, decisiones que antes tomaban campesinos y agricultores, basándose en saberes y conocimientos acumulados por más de más de 10 mil años, serían tomadas y ejecutadas por algoritmos y programas de inteligencia artificial, cuyos diseños son producto de una mentalidad ingenieril, centrada en la productividad y la ganancia, que no tiene interés en conocer las relaciones milenarias entre la sociedad y la naturaleza en la biodiversa Mesoamérica”.
Recoge, por ejemplo, que el Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT), con sede en Texcoco, México, que ha tenido un rol destacado en el impulso de maíz y trigo transgénicos, ahora enfila sus esfuerzos en la aplicación de la agricultura digital. Sin embargo lamenta mucho que las intenciones hegemónicas de las “grandes” se orientan a penetrar en África “donde no se justifica porque ese continente no necesita ninguno de estos desarrollos corporativos, pero donde la Fundación Bill y Melinda Gates han financiado a actores públicos y privados para que promuevan a toda costa tanto la biotecnología como la agricultura digital”, asegura.
Le ha correspondido al Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC) fundado por Pat Mooney levantar la voz frente a estos escenarios que desde ya se le ven las costuras de monpolio y control. En foros internacionales ha dejado claro que “nada es tan cercano, vital y delicado como nuestros sistemas alimentarios, es irresponsable cederle poder de decisión a los algoritmos.”
El propio Pat Mooney expuso durante su intervención en un evento sobre Blockchain para el sector agrícola, en la Comisión Europea, que las empresas trasnacionales alegan que este proceso de robotización y digitalización de la agricultura y la alimentación es necesario para alimentar a una creciente población mundial, como decían antes para justificar los procesos de la Revolución Verde. “Después de 70 años de Revolución Verde y 20 años de transgénicos, la mitad de la población mundial padece hambre, obesidad, desnutrición o malnutrición. Lo que sí sucedió fue que el mundo jamás había visto una concentración corporativa tan grande, con un sistema agroalimentario industrial que es el principal causante de la crisis climática global”.
Las semillas del "Fin del Mundo"
Es precisamente uno de los grandes profetas del desastre, Bill Gates, quien al mismo tiempo se vende como el gran salvador de la humanidad, quien lleva adelante la millonaria inversión en el Banco de Semillas en la Isla de Svalbard, ubicada en el Mar de Barents cerca del Océano Ártico, a unos 1.100 kilómetros del Polo Norte. Su estructura y ubicación hace que aparentemente resista a cualquier tipo de holocausto, por lo que se le conoce como el “Arca de Noe de las Semillas”.
Los grandes inversores de este megaproyecto que en el 2018 cumplió 10 años de inaugurado, han sido la Fundación Rockefeller, Syngenta Foundation, la Fundación Bill y Melinda Gates y Monsanto antes de ser adquirida por Bayer; con la venia, por supuesto del Gobierno de Noruega.
Un año antes de su apertura en 2008, William Engdahl, hacía algunos cuestionamientos que valen la pena poner sobre la mesa:
“El primer punto notable es quien auspicia la bóveda de semillas del día del juicio final. A los noruegos se suman, como hemos señalado, la Fundación Bill & Melinda Gates, el gigante estadounidense del agronegocio DuPont/Pioneer Hi-Bred, uno de los mayores dueños del mundo de semillas de plantas patentadas genéticamente modificadas (OGM) y agroquímicos relacionados; Syngenta, la importante compañía de semillas y agroquímicos basada en Suiza, a través de su Fundación Syngenta; la Fundación Rockefeller, el grupo privado que creó la 'revolución genética' con más de 100 millones de dólares de capital semilla desde los años setenta; CGIAR, la red global creada por la Fundación Rockefeller para promover su ideal de pureza genética mediante el cambio agrícola”.
Cuestionó incluso la creación de la Fundación Mundial por la Diversidad de los Cultivos (GCDT) de la mano de la FAO y la Bioversity International (antes Instituto Internacional de Investigación Genética de Plantas), “un vástago de la CGIAR”, afirma el investigador al preguntarse: ¿Quiénes son para poseer una responsabilidad tan impresionante sobre todas las variedades de semillas del planeta?
Luego comenta un dato aún más interesante. “La Fundación mundial por la diversidad de los cultivos (GCDT) está basada en Roma. Su consejo es presidido por Margaret Catley-Carlson, canadiense, quien también está en el consejo consultivo de Group Suez Lyonnaise des Eaux, una de las mayores compañías privadas de aguas del mundo. Catley-Carlson también fue presidente hasta 1998 del Population Council, basado en Nueva York, la organización de reducción de la población de John D. Rockefeller, establecida en 1952, para hacer progresar el programa de eugenesia de la familia Rockefeller bajo la cobertura de promover la “planificación familiar”, dispositivos de contracepción, esterilización y “control de la población” en los países en desarrollo”.
Igualmente le llamó la atención que el Dr. Mangala Rai de la India apareciera como miembro del consejo del GCDT, sobre todo por algunos datos de su currículo. “También es miembro del consejo del Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI) de la Fundación Rockefeller, que promovió el primer experimento de importancia con OGM del mundo, el tan exageradamente promocionado ‘Arroz de oro’ que resultó ser un fracaso. Rai ha servido como miembro del consejo de CIMMYT (Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo), y miembro del Consejo Ejecutivo del CGIAR.
Engdahl recuerda que la FAO (ONU) enumera unos 1.400 bancos de semillas en todo el mundo, el mayor es el del gobierno de EE.UU. Otros grandes bancos son mantenidos por China, Rusia, Japón, India, Corea del Sur, Alemania y Canadá en orden de tamaño descendiente. Además, CGIAR opera una cadena de bancos de semillas en centros seleccionados en todo el mundo. “Parece, por cierto, que tenemos a los zorros de las OGM y de la reducción de la población protegiendo al gallinero de la humanidad, el almacén de la diversidad global de semillas en Svalbard”, concluye.
Acá les dejo un destacado reportaje audiovisual sobre los transgénicos en el mundo y uno de sus principales protagonistas: Monsanto.
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