domingo, 24 de agosto de 2014

Una aventura en bici llena de sabores, aromas y curiosidades

En este recorrido por parte de la geografía de nuestro bello país, lleno de gente hermosa, colaboradora y llena de humanidad, queremos resaltar esos sabores de los que tanto hablamos, porque son esos aromas, sensaciones y emociones gustativas las que terminan convirtiéndose en parte de la inspiración para seguir conquistando caminos en nuestras dos ruedas.

Debemos decir que la reina de la gastronomía oriental son las empanadas, que se consiguen de cualquier tipo de relleno. En la medida que bajamos al sur tenían la particularidad de que la que pidas, un ingrediente o dos, incluyendo la de pabellón, tienen un costo de 30 bolívares. Todavía recuerdo las ricas empanadas y pastelitos que degustamos frente al Paseo Orinoco en Bolívar, bendecidos por la sonrisa de una señora preciosa que se hacía llamar “La Gordita de Oro”. También a la simpática Margot en la Plaza de Los Tubos de Ciudad Guayana que nos cantaba mientras degustábamos del típico manjar venezolano.

Entre Puerto La Cruz y Anaco, pudimos deleitarnos con las ricas cachapas con cochino de la Sra. Nelly, de la que recuerdo su cara de impresión cuando llegamos en bici y le dijimos que nos dirigíamos a Brasil. Nada más por eso se esmeró en hacernos las ricas tortas de maíz tierno las cuales nos sirvió con un rico jugo de parchita natural de una cosecha muy cerca del lugar. Con la sonrisa más bella que recuerde, luego que terminamos rápidamente el plato, se apareció con otra cachapa y dijo que se imaginaba que teníamos mucha hambre y necesitábamos fuerza para llegar a Manaos.

Cuando nos tocó salir de Ciudad Bolívar vía Ciudad Guayana, nos paramos en una venta de tizana y apelamos, como siempre lo hacemos, a la humanidad de las personas y le pedimos que nos regalara dos. La señora resultó ser cristiana y nos dio un vaso rebosado de frutas y amor y nos bendijo por lo que estábamos haciendo, a lo cual respondimos amén. Más adelante estaba el amigo Jhonny que tenía su negocio de mangas a las orillas de la vía y no resistí la tentación de pedirle una. Nos regaló 4, dos que nos comimos y dos que nos llevamos.

En Guayana, la atención fue insuperable, sobre todo porque fuimos hospedados en el EcoHotel Plaza Merú con todas las comodidades y la mejor gastronomía. Cenamos y desayunamos como nunca. Sin embargo debo hacer honor a la repentina invitación a comer a la Posada La Zapoara, de nuestra querida amiga Candida Angel, presidenta de la Cámara de Turismo de Bolívar, que abrió con una sopa de pollo que me recordó a la que me hacía mi abuela. Luego bistec, arroz, plátano, ensalada, jugo de guanábana (mi preferido) y un exquisito café con leche.

Luego de Guayana tuvimos que quedarnos una noche en San Félix, en la Posada Lalomar. Cenamos y desayunamos unos sanduches árabes que nos preparó la esposa del dueño que definitivamente encantaron mi paladar, sobre todo el de la mañana que tenía un relleno aceite de oliva con orégano coronado con un yogurt casero insuperable.

Apenas llegamos a Upata desde San Félix, nos recibieron con un pedazo de queso guayanés sobre una catalina en toda la entrada, como si supieran que ese pequeño manjar nos estaba dando nuevas energías para seguir adelante. Estando allí lo único que se me ocurría decir era: “Por fin conozco el queso de Upata”, porque en Margarita cuando preguntas de dónde es el queso lo que casi siempre dicen es: “de Upata”.

Al siguiente día desayunamos unos pasteles de guiso de hallaca y empanadas de mechada que supieron a gloria. Y debo decirles que en ese lugar que estaba muy cerca del Cuerpo de Bomberos –donde nos quedamos- he tomado la mejor avena fría hasta ahora. Me tomé dos. Al despedirnos por supuesto felicité a las dos chicas que nos atendieron y les dije que lo mejor de todo había sido la sonrisa con la que nos recibieron y nos atendieron.

Dato curioso: estando en Upata nos antojamos de unas obleas. Nos acercamos al vendedor que tenía en un cartonsito que una oblea valía 20 y dos valían 30. Hice uso de la promoción y gentilmente le brinde una a Saúl quien estaba muy agradecido. Cuando vamos a pagar el amigo nos dice que son 60 porque cada uno teníamos dos, es decir dos galletas de obleas con arequipe, como es normal. Le explicamos que no podía cobrar como dos, lo que para todo el mundo es “una” oblea, en todas partes, que sentíamos que se trataba de una estafa. A lo que el hombre respondió que lo debe hacer así porque están muy caras.

Estas son parte de las anécdotas de este maravilloso viaje que hemos emprendido Saúl Lasser y mi persona, desde el pasado 10 de agosto, un recorrido en bicicleta desde Margarita hasta Brasil, que ha puesto a prueba nuestra paciencia, tolerancia, capacidad de aceptación, pero que en definitiva nos reconforta el alma porque nos hace sentir libres y felices porque hacemos lo que nos gusta: cicloturismo, algo que muy pocas personas se atreven a hacer. Hasta una próxima entrega.

Artículos relacionados:

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